El terror
Manuel Vicent 3 MAR 2013 EL PAÍS
Antes sentíamos terror frente a las cosas que ignorábamos; ahora sentimos terror por las cosas que conocemos. Antes adorábamos al Sol para que nos fuera propicio y fiábamos nuestro destino a las estrellas; ahora la astronomía nos amenaza con millones de aerolitos y puede que cualquier día uno de ellos acabe con la vida en la Tierra. A los antiguos les causaban pánico la veleidad y tormentoso carácter de Yahvé y de los dioses del Olimpo, los dueños del rayo de la muerte; ahora vivimos a merced de los misiles o del coche bomba de un fanático, porque el Olimpo está en el Pentágono o en el sótano de cualquier grupo terrorista. Ayer ignorábamos el misterio del feto en el vientre de la madre y sentíamos terror ante la posibilidad de engendrar a un monstruo; hoy sabemos que ese monstruo se puede fabricar en un laboratorio cruzando genes humanos y de animales. Ayer bendecíamos la mesa para agradecer los alimentos que nos había regalado el Señor; hoy esta oración es más necesaria que nunca porque tememos que la comida basura nos vaya a envenenar. Ayer reinaba la Inquisición o la voluntad despótica de un tirano, a la que estábamos sometidos; hoy sentimos la misma indefensión ante la incompetencia y la corrupción de los políticos demócratas que hemos elegido. Antes nos sobrecogía el origen desconocido de las tempestades, inundaciones, incendios y seísmos de la naturaleza; ahora el pánico se genera ante el poder que la ciencia y la técnica han concedido a la humanidad para destruir el planeta con la lluvia nuclear. Antes nos angustiaba saber que veníamos del mono; ahora nos alarma la convicción de que nuestra decadencia nos devuelve de nuevo al mundo de los simios. Cuando éramos niños, en medio de la dicha solar, teníamos miedo a los espectros de la oscuridad y durante las turbulencias de la pubertad nos sentimos acongojados por los tormentos del sexo y del infierno, por las pesadillas ante un futuro incierto. Pasados los años, al saber qué bromas macabras se gasta la naturaleza y en qué pozos negros abreva la psicología humana, se llega a esta conclusión: el terror que expele la inteligencia solo se atempera con la moral y la moral alcanza su cima con la estética. Esta es la única forma de superar con cierta dignidad las desventuras de este perro mundo.
Algún día se recordará cómo era antaño el paisaje de la pobreza en la ciudad. Lo formaban mendigos galdosianos o posindustriales que se acercaban con la mano tendida a la ventanilla del coche en los semáforos o permanecían arrodillados en la puerta de las iglesias con un plato limosnero en el suelo o se paseaban con un cartón en el que proclamaban su desgracia escrita con letras similares, como salidas de un mismo troquel. Puede que hubiera detrás de esos cartones una secreta organización de mendigos, pero se trataba de una miseria resignada que permitía ejercer una caridad tranquila. Los pobres entonces se limitaban a agradecer la limosna con la humildad requerida y todavía se podía pasar de largo sin dignarse siquiera mirarlos a la cara. Pero un día los pobres comenzaron a multiplicarse en la calle bajo distintas variedades, autóctonos e inmigrantes, y a este espectáculo se añadió un hecho inquietante. Gente corriente, mezclada con pordioseros del común, esperaba al anochecer en la puerta trasera de los supermercados en silencio a que un dependiente arrojara en el contenedor la comida caducada. “Papá, aquí hay una barra de pan”, se oyó gritar a un niño de cinco años desde el interior de un cubo de basura. Hubo un momento en que la pobreza visible, la de toda la vida, cruzó una línea roja, a partir de la cual la bajada hacia la miseria colectiva se produjo por inundación. El oleaje engulló al grueso de la clase media, a los que ya no podían ser ayudados por sus familias o preferían el orgullo con hambre a la caridad. ¿Cuándo sucedió la gran rebelión? Puede que fuera aquel día en que se rompió el equilibrio que existía entre el miedo y el cabreo. Estas fuerzas contradictorias se habían neutralizado mutuamente durante un tiempo. Los que temían perder el trabajo no se atrevían a protestar; los que acababan de perderlo no se decidían todavía a destruir el sistema. La visión de la pobreza en la calle fue cambiando. Sin que nadie se diera cuenta apareció un nuevo paisaje humano. Los viejos mendigos herrumbrosos fueron sustituidos en masa por ciudadanos con corbata, por señoras con collares de perlas y tacones, que pedían limosna en las esquinas con odio, sin ninguna humildad. ¿Cómo se produjo el estallido que puso al Estado patas arriba? Nadie lo sabe.
Muy machos, Rosa Montero 2 ABR 2013 EL PAÍS
AUNQUE no me gusta el fútbol, disfruté con la victoria de la roja en Francia porque nos hacen mucha falta las alegrías. Eso sí, viendo los abrazos de los jugadores me quedé pensando en la sorprendente ausencia de homosexuales reconocidos entre ellos. ¡Y luego nos jactamos de que nuestra sociedad es tan tolerante y de que la homofobia ya no existe! De acuerdo: entonces, ¿dónde están los futbolistas gais? Según diversos estudios internacionales, el porcentaje de homosexuales se mantiene más o menos estable en todas las culturas y se mueve en una franja entre el 2% y el 7% de la población. Un puñado de dimensiones perfectamente visibles, diría yo. Repito, ¿dónde están? Una amiga me cuenta que, hará unos cuatro años, escuchó en el programa radiofónico Hablar por hablar a un hombre joven que salió al aire sin identificarse, aunque supongo que lo habría hecho antes, en el control, porque, si no, no le hubieran dado paso. Y dijo algo así: “Soy futbolista, soy homosexual, juego en Primera División y tengo que ocultar mi condición. Gano mucho dinero y soy muy desgraciado”. Suena arcaico y parece remitir a una realidad obsoleta y remota, pero debo decir que está ocurriendo cada día, que no sucede solo en España y que no se ciñe solo al fútbol. El deporte en general, ese poderoso espejo de las masas, está cubierto por un velo homofóbico. En los JJ OO de Pekín 2008, solo hubo 10 atletas declaradamente gais entre los 11.000 participantes. En los JJ OO de Londres 2012, 20 atletas entre 12.000. No se puede decir que la cosa progrese a velocidades supersónicas. Y, mientras La Roja jugaba tan virilmente en Francia, París se llenaba de manifestantes contra las bodas gais (como España en 2005). Me pregunto cuántas otras realidades damos por solucionadas, cuántos otros prejuicios solventados, sin que sea verdad en absoluto.
¿Qué es hoy un adolescente sin teléfono móvil? Nadie. Actualmente los ritos de pubertad se establecen con una variedad de cicatrices, púas de gomina en el pelo, tatuajes, piercings, con los que escarifican su cuerpo los adolescentes camino de la discoteca o del botellón de fin de semana donde les espera el primer alcohol, el primer sexo y tal vez la última droga de diseño. Los héroes de hoy, como los antiguos, también van armados con una lanza para matar al dragón que tiene cautiva a una bella princesa. En este caso la lanza es el teléfono móvil, que concede al adolescente un gran poder. El whatsapp transforma al cobarde en valiente, al tímido en audaz, al tonto en listo, al tipo duro en un castigador ilimitado, solo que en estos ritos de iniciación también las princesas cautivas usan la misma arma y ya no necesitan ayuda de ningún héroe para escapar del dragón. Tanto ellos como ellas saben que sin el móvil no son nada. No creo que exista ningún adolescente que al darse cuenta en medio de la noche que ha olvidado el móvil no se sienta un guerrero desnudo, desarmado y trate de recuperar a toda costa su lanza. La esencia de esta nueva arma es la inmediatez. En los whatsapps la rapidez en responder a las llamadas es más determinante que el contenido de los propios mensajes. Si no contestas de forma instantánea puedes quedar fuera de combate, puesto que los mensajes de la amiga, del amante, del novio, del descocido se acumulan, se superponen y serás inmediatamente suplantado. Tener el móvil apagado engendra una suspicacia morbosa en la pareja, que puede desembocar en una tormenta de celos si no estás permanentemente conectado. Antes los enamorados se eternizaban en la despedida por el viejo teléfono. Cuelga tú; no, cuelga tú; anda, cuelga tú. En cambio, hoy los móviles se diseñan para poder expresar una idiotez cada día un segundo más rápido. La neurosis de los mensajes superpuestos, inmediatos ha llegado al extremo que muchos adolescentes y también adultos perciben que les vibra el móvil en el cuerpo aunque lo hayan dejado en casa. Esta falsa vibración es un síndrome de la necesidad de esa llamada, de esa respuesta, real o imaginaria, que se espera con angustia, sin la cual uno se siente solo en el mundo.
EL PAIS. ELVIRA LINDO 29 MAY 2013 -
Por mucho que se empeñen las revistas femeninas en publicar de vez en cuando titulares felices sobre Mamás a los 40 y mostrar un catálogo de madres cuarentonas que a los pocos días del parto recuperan su envidiable figura, los pediatras comienzan a preocuparse por lo que parece ser una tendencia en alza. Hace tan solo unos años, antes de que la crisis azotara, se achacaba el retraso en la maternidad a un exceso de agenda vital, a la obsesión por medir cada etapa; pero ahora no hay manera de eludir lo obvio: las mujeres tienen miedo a que el embarazo les haga perder un trabajo ya de por sí escaso y mal pagado, a no tener tiempo para atender a un hijo o a ser incapaces de ofrecerle un buen futuro. La consecuencia es que mientras las maternidades se retrasan, la tozuda naturaleza se impacienta: a los 35 una mujer es mucho más joven de lo que fueran las mujeres de hace medio siglo, pero la biología es conservadora y no son pocas las que mediada la treintena tienen que recurrir al empujón de la reproducción asistida. Todo se ha dilatado: la adolescencia, la juventud, la llegada de la definitiva madurez y, ya en estos últimos tiempos, la independencia económica, pero los ovarios no atienden a razones sociales ni económicas. ¿Cabe entonces reprocharle a alguien que tenga miedo a traer hijos al mundo? Más bien al contrario lo que ocurre es que las mujeres (acompañadas o no por sus parejas) están siendo tan responsables que, ante la desesperanzada perspectiva de no poder conciliar su vida laboral y maternal o de criar a una criatura en un país en el que se va desintegrando el sistema público, decidan no tenerlo o posponerlo al límite, a ese límite en el que los niños nacen con menos peso por la cantidad de embarazos múltiples que conlleva la reproducción asistida. Es la economía (estúpidos) jugando con lo más sagrado.
Manuel Vicent 24 NOV 2013 – EL PAÍS
Bajo el terror económico impuesto por la crisis, es lógico que el ciudadano anónimo de este país no recuerde cuándo empezaron a irle mal las cosas y, menos aún, el momento en que perdió la autoestima y bajó los brazos frente al poder. Ese olvido es la forma más envenenada de autorrepresión que puede sufrir la conciencia colectiva. Se trata de una aceptación tácita de que todo va mal y que nada se puede hacer para remediarlo, sin que tampoco se logre saber el motivo profundo de esta impotencia, que es de todos y de nadie. Cuando esta represión psicológica se produce, el poder ya no tiene ninguna necesidad de ejercer la violencia para reprimir las libertades y derruir las conquistas sociales adquiridas tras una larga lucha, puesto que es el propio ciudadano el que asume la culpa y se inflige el castigo. Frente a la prepotencia de un Gobierno con mayoría absoluta, que no duda en imponer su voluntad entrando a saco mediante decretos en la vida pública, el ciudadano ejerce el derecho a la huelga, convoca manifestaciones en la calle, grita detrás de las pancartas, incluso es capaz de levantar barricadas, pero, neutralizada su cólera por el miedo a perder lo poco que le queda, acepta de antemano la derrota. Un extraño virus ha anulado su capacidad de rebeldía hasta convertirlo en un zombi. En efecto, este país está a punto de parecer un reino de muertos vivientes, sin que ninguna voz nos haga saber que nuestra tumba, como la de los zombis, está llena de piedras. Muertos vivientes los hay pobres y ricos. Los pobres caminan como autómatas con la cabeza gacha, si bien a veces miran al cielo esperando que se produzca la lluvia de sardinas que les han prometido; en cambio los zombis ricos entran y salen de los restaurantes, joyerías y tiendas exclusivas en las millas de oro, aparentemente felices, aunque observados de cerca, se descubre su rostro crispado por el terror a que su fiesta sea asaltada mañana por una turba de mendigos. Algunos advierten que la carga explosiva está ya en el aire a la espera inminente de la chispa que provoque un estallido social de consecuencias imprevisibles. Pero esta deflagración no será posible sin que antes se produzca un prodigio: que haya una rebelión de zombis, como en otro tiempo la hubo de esclavos.
RELEO el Manifiesto comunista. De verdad lo digo. Quienes jamás lo han leído no pueden saber que es un texto muy bien escrito, aunque se va haciendo un poco más discursivo conforme avanza. Quienes jamás lo han leído saben de su influencia en la historia, pero no saben de la lucidez y pertinencia de muchos de sus diagnósticos, análisis y propuestas. Tampoco saben de sus equivocaciones más concretas -las imaginan como un total-, ni saben de su actualidad inspiradora. Lo que escribieron Karl Marx -que lo redactó- y Friedrich Engels en 1848 es, en efecto, muy inspirador hoy. Inspirador. Eso.
Si no me equivoco, hasta hace medio minuto el principal problema que teníamos en España era la crisis económica, el desempleo, los recortes, el adelgazamiento del Estado del Bienestar, la corrupción política... Seguimos teniendo ese problema, que nos concierne a todos como individuos y, especialmente, a los más débiles (millones de personas), pero, ¡hale hop!, parece que ahora tenemos otro que ha pasado a primer plano: la llamada tensión territorial, los propósitos independentistas en Cataluña.
Es interesante, creo, constatar -nada más que constatar, de momento- que el gobierno de España y el gobierno autonómico de Cataluña están en manos de partidos nacionalistas, burgueses y de derechas -casi perfecta redundancia-, PP y CIU, que personifican, como pocos, la política de recortes, la merma del Estado del Bienestar y la corrupción.
¿Será casualidad? ¿Por qué ahora? ¿Por qué precisamente ahora pasa a primer plano esta angustia nacional o/y nacionalista que parece que quiere dejar o, de hecho, deja en segundo plano -tenemos distracción hasta el 9 de noviembre del año próximo- las angustias primordiales de todos y cada uno de los ciudadanos?
¿De verdad vamos a dedicar dinero, personas, trabajo, energías, titulares e ideas durante un año, como poco, a este asunto del famoso encaje de territorios cuando las personas que los habitan están agobiadas por necesidades sustanciales e inmediatas mucho más perentorias? Algo habrá que hacer, desde luego, puesto que la bola viene así: ¿pero quiénes han puesto a rodar esta bola?, ¿para qué? O sea: ¿para tapar qué?
Cayo Lara y Joan Herrera: volved a leer. En el Manifiesto Comunista -inspirador, ya digo- está escrito: «Los obreros no tienen patria. No se les puede quitar lo que no tienen».
muere) de comer comida caducada.
A lo largo de los últimos cinco años, los españoles han ido sumergiéndose cada vez más en la pobreza sin que la clase política haya hecho nada más que blindar sus privilegios. Podían haber cerrado tantos organismos inútiles, pero prefirieron subirnos los impuestos. Podían haber eliminado la financiación a partidos, a sindicatos y a patronales, pero prefirieron reducir el poder adquisitivo de los pensionistas y las prestaciones de los parados. Podían haber acabado con sus legiones de asesores, pero prefirieron introducir copagos en los juzgados o en las farmacias.
Saquearon las cajas de ahorros en comandita... para luego pasarnos la factura de 50.000 millones de euros con los que tapar el agujero que ellos mismos habían creado.
Consintieron que se estafara a millones de ahorradores con las preferentes, dejaron que se desahuciara a decenas de miles de familias... Buena parte de la clase media española ha quedado arrasada, mientras los políticos siguen gastando sin medida en mantener un estado autonómico que no necesitamos, pero que se ha convertido para los partidos en una macroagencia de colocación.
En muchos lugares, Cáritas no da abasto. En otros casos, el pudor y la vergüenza impiden a familias enteras recurrir a la caridad. Y mientras tanto, los ladrones de cuello blanco se pasean por las portadas de los periódicos, los amigos del poder ven aireadas sus obscenas remuneraciones en consejos de administración pagados con dinero público y los sindicalistas corruptos se reparten el dinero de los parados.
Habéis vivido por encima de vuestras posibilidades, nos dicen. Lo que significa que necesitan empobrecernos más aún para poder conceder amnistías fiscales a todo tipo de golfos de buena familia.
Hay que hacer más recortes, nos dicen. Lo que significa que, para seguir manteniendo sus chollos, necesitan empujar a más españoles todavía a vivir de la caridad.
En Alcalá de Guadaira, una familia ha muerto por comer comida caducada. Pero lo que está caducado, en realidad, es este régimen de ladrones con corazón de piedra, que siguen viviendo a nuestra costa mientras cada vez más españoles rebuscan en la basura.
Es a esa basura a donde deberíamos arrojar a tanta mala gente como nos gobierna. Porque esos que viven de causar a otros la desgracia son la verdadera basura.
Este año, para miles de pelados y hundidos, el árbol de Navidad es el del ahorcado. Que tenga cuidado el gallo cuando canta, lo pueden afanar. Ha vuelto la gazuza donde solía, porque la Historia de España no es la que cuentan los separatistas catalanes, ni tampoco la idealizada por otros españoles, sino un relato épico trufado de hambre y picaresca.
La Historia de España es un cuento gótico que se inicia en Atapuerca con el canibalismo y se alarga en una crónica negra en la que no hemos dejado de comernos unos a otros. Unas veces faltaba la manduquela por las pestes, otras por las sequía, otras por las guerras o por la bancarrota del Estado.
Casi siempre hemos estado gobernados por zoquetes y bribones. Incluso en épocas áureas los pobres acosaban con sus lametonas y plañideras a los fieles en la Misa del Gallo hasta en la pila del agua bendita. «El pordiosero que tiene llaga la refresca y afeita para el día siguiente». Aquellos mendigos que rezaban oraciones a quien les daba ayuda, y si pasaban de largo se acordaban de los muertos del paseante han dado el relevo a un nuevo harapiento que tampoco se parece al de la posguerra, cuando la carne y los huevos sólo se conseguían con receta médica. El nuevo pobre está más solo que nunca.
Parecía que habíamos dejado atrás aquella maldición y nos hemos encontrado otra vez con nuestra mala sombra, que se hace muy visible en la Navidad de los buenos sentimientos. Hay bancos de alimentos en todas las ciudades, habrá pesca milagrosa de gambas en la rebusca de los contenedores.
No está el Belén para villancicos o para que se duerma mi niño. Tened los ramos, entre zambombas, reyes, zagales y corderos que retozan. Y este Papa, que es muy piola, ha recordado que no hay nada que se parezca más al nacimiento de Jesucristo, tal como lo cuentan los evangelistas, que el nacimiento de un niño pobre en un establo, tiritando de frío.
Algunos han llegado a sospechar que Cristo, como un junco, era gitano; algunos calorros lo llevan en una medalla donde el rabí tiene un aire a Camarón. El hambre vuelve a ser el problema político más urgente de la humanidad. Por eso la Iglesia dice: menos ruido, menos consumo. El Papa Francisco visita los comedores sociales y hace regalos prácticos a través del limosnero pontificio: recargas de teléfonos móviles, billetes de autobús y de metro, y christmas firmados por él mismo.
¡Tiene huevos! La Iglesia en la vanguardia mientras la izquierda se dedica a tapar la corrupción y a elegir jueces.
EL RUIDO DE LA CALLE
RAÚL DEL POZO 18/02/2014 02:37 horas
«Es la alondra -dice Romeo a Julieta- que advierte que va a amanecer; no el ruiseñor, amada mía». Llegará pronto la primavera y las madrugadas cantarán menos porque cada año mueren en España millones de pájaros. Ya sé, ya sé, siguen apareciendo cadáveres de inmigrantes subsaharianos en las playas de Ceuta. Es la misma crueldad entre las especies.
Dijeron los griegos que todo el mundo es un animal, si así fuera, nosotros seríamos las peores bacterias. Pero hoy quiero hablarles de los campesinos y los amantes sigilosos que no necesitaban despertadores, ni siquiera del canto de los gallos para empezar el día; se espabilaban con un concierto de alondras, ruiseñores y jilgueros, que daban alegría a la vida con gorjeos poderosos, voces de soprano y de tenor.
El roseñor que canta con fina maestría, el que despertó a Gonzalo de Berceo y a la lengua castellana, es hoy un pájaro clandestino, que cada vez se esconde más en la maleza y apenas se le oye en las madrugadas.
En África se cazan aves para comer; los aviones de las guerras destruyen las grullas, los halcones y las cigüeñas en Asia; los navegantes de los océanos ya no oyen durante toda la noche cruzar pájaros. Sólo los gorriones aguantan la destrucción.
Antes de que la UE prohibiera aniquilar las aves, antes de que el cielo se quedara vacío, era una costumbre, un rito, comer pajaritos fritos. «Adoro a estas líricas criaturas, que una vez fritas, gustan tanto», escribió Camba. Sólo una vez comí yo con Camilo José Cela, el doctor Andrés Sánchez Cantos y el profesor Serafín Quero en Benahavis, pájaros con las patas y el pico cortados, cocinados con laurel y servidos en cazuela, y se me llenó el estómago de culpa. No me atreví a abrir el pico, pero me pareció una ceremonia de la España del morapio.
De niño había visto cazar con cepos, con criba en los nevazos, toda clase de animales silvestres, pero ver a un clásico comiéndose a Garcilaso me parecía cruel. Durante muchos siglos se han comido zorzales, currucas, jilgueros, verderones, golondrinas, pardillos, codornices y tordos. Luego, cuando llegó a Europa la conciencia ecológica, se desterraron algunas costumbres truculentas, pero siempre vuelven las atrocidades.
«Tú no has nacido para la muerte», dijo Keats en su Oda al ruiseñor. Se equivocó. Cada día caen atrapadas en las telarañas invisibles, en los aparejos de niebla, llamados redes japonesas, millones de pájaros. La Guardia Civil detiene a los furtivos que buscan avecillas para las tapas de las tabernas o para las jaulas.
CABO SUELTO
Actualizado: 04/03/2014 EL MUNDO
En aquella trilogía, Martes de carnaval, Valle-Inclán dio con el punto justo e inequívoco de lo que vino a ser el esperpento. En el esperpento no está la verdad, sino que ésta reside en sus acotaciones. Miguel Blesa es una acotación de la inmundicia financiera. Y, por tanto, hijo putativo del esperpento local. Un tipo que hizo números desde el imposible matemático, generando uno de las mayores desmadres financieros de la democracia. Un personaje entregado fieramente a la vida loca del hortera. Un estafador cobarde que hoy echa contra los suyos la mierda de las preferentes. Un récord del mal gusto. Un enchufado de Aznar con pase VIP en Génova. Un mentecato. Ahí lo tienen: Miguel Blesa saliendo de los juzgados como uno de esos trincones que, descubierto el pufo, ya no sirven para nada.
En su declaración ante el magistrado Fernando Andreu defendió el bestialismo de la estafa de las preferentes alegando que «un jubilado que cobra su pensión no es un ignorante financiero». Y tiene razón. Hay jubilados que saben bien de números. Pero hay muchos más que no saben. Esos son los trincados, junto a niños, analfabetos y discapacitados intelectuales. ¿Tampoco éstos son ignorantes financieros?
Valle es el Víctor Hugo español de la vanguardia (Umbral). No confundió la literatura con acostarse tarde y trazó un escrache de divinas palabras contra una realidad pringosa. Supo pronto que una sociedad acobardada y un periodismo frágil no pueden competir con la verdad. Y eso beneficia a tipos como Blesa, un escopetero con jeta de chulillo venido de fuera.
En este país casi todo transcurre como esperpento. Es normal en terruños donde el quietismo es hoja de ruta. La estampa de Blesa, el babilónico Rato, los políticos de turno y los sindicatos sentados a la mesa del consejo de administración de Caja Madrid es un cuadro muy completo, un Entierro del Conde Orgaz de tramperos. Gentes con gesto de despotismo y mal gusto beneficiados hoy de ese crimen social que es el olvido. Más esperpento. Ahora queda la duda metódica de pensar si la polaroid de la santísima recuperación, esa cara de Bélmez del 2014, incluye al señor Blesa (señor en funciones) en un Mercedes chiquito a la puerta del juzgado. O si alguien tendrá los huevos necesarios (jueces y demás) de meterle mano. Este tipo se lo ha montado muy bien con el apaño y el embuste, laminando los ahorros honestos de gente honesta con ese gesto de asco que tú bordaste en rojo ayer. Lo dicho: el esperpento.
PEDRO G. CUARTANGO EL MUNDO
Actualizado: 17/03/2014 02:45 horas
La tumba de Proust en el Pére Lachaise es de mármol negro y sólo tiene la inscripción de los años de su nacimiento y de su muerte, acaecida en 1922. He ido con bastante frecuencia a ese cementerio parisino y siempre he visto ramilletes de flores sobre la austera sepultura del escritor parisino que contrasta con el grandioso busto erigido en la tumba de Balzac.
Poe, en cambio, fue enterrado en Baltimore un lluvioso día de octubre de 1849. Sólo su tío y unas pocas personas asistieron al oficio religioso. El ataúd era de madera barata y la ceremonia duró tres minutos. Ni siquiera aparecía su nombre en la tumba, aunque un cuarto de siglo más tarde se construyó el monumento bajo el que hoy descansa de su atormentada existencia. Costó 1500 dólares y fue levantado por suscripción popular.
Como contaba ayer María Ramírez, hasta una fecha reciente un misterioso personaje estuvo llevando cada 19 de enero y durante 70 años tres rosas y media botella de coñac a la salud del difunto Poe, que era un notable bebedor.
Pero la tumba que más me ha impresionado fue la de Antonio Machado y su madre en Collioure. Es de un color gris desvaído y da la impresión de estar inacabada. Estuve allí hace 30 años y me produjo tal desolación que compre un ramo de flores en homenaje al poeta al que tanto debemos.
En general, las sepulturas son el reflejo de nuestra vida y hay en ellas una valiosa información que sería un error desdeñar. Dime cómo quieres que te recuerden cuando hayas muerto y te diré quién eres. En EEUU las tumbas son igualitarias y sencillas, como corresponde a los orígenes de esa nación. Aquí en España los ricos quieren ser más que los pobres incluso en la muerte. Vana tontería.
Yo siempre que puedo voy a visitar el cementerio de las ciudades. No sé por qué, pero el silencio y la estética de esos parajes me devuelve la tranquilidad de ánimo. La cercanía a la muerte es una de las cosas que mejor nos hace apreciar el sentido de vivir.
E incluso una tumba puede dar sentido a una existencia. Por ejemplo, la que comparten Sartre y Simone de Beauvoir en el cementerio de Montparnasse donde quedan resueltas todas las diferencias que les separaron en la vida. Y es que la muerte siempre nos pone en nuestro sitio.
Manuel Vicent 13 ABR 2014 - 00:00 CET
La República se ha convertido en un parque natural de la política española. Se trata de un espacio de la memoria colectiva, que habría que preservar como se hace con un paisaje muy singular o con las especies biológicas en peligro de extinción. Puede que los ciudadanos que vivieron aquel episodio nacional lo recuerden con la nostalgia de un sueño de libertad, igualdad y fraternidad o con el horror de un mal parto, que terminó en la tragedia de una guerra civil. Para muchos españoles que no conocimos aquel tiempo sino a través de libros y relatos melancólicos o envenenados, más allá de los tópicos en que ha llegado hasta nosotros, la República es ese futuro irreal e incontaminado al que, de momento, solo se puede llegar por el camino del romanticismo. Los más profundos poemas de amor se deben a poetas que han experimentado amores frustrados o prohibidos. Las mejores novelas de aventuras han sido escritas en la mesa camilla imaginando piratas en el ventanuco del patio de luces y, por supuesto, las pasiones más morbosas suelen proceder de escritores de vida funcionarial, muy ordenada. Probablemente la República hoy sería otra cosa si se hubiera proclamado un día de invierno con niebla, pero llegó un 14 de abril bajo la flor de las acacias y en el sentimiento popular está asociada a la primavera y a la Niña Bonita, el número mágico en la rueda de la fortuna. En las manifestaciones de protesta en la calle se ve crecer cada vez más alta la marea de banderas republicanas enarboladas por jóvenes, que sueñan con una primavera política, que limpie la suciedad de estos tiempos en que vivimos. La crisis económica unida a la basura de la corrupción cuyo hedor no cesa de apoderarse de la sociedad, sin respetar siquiera la escalinata de la casa real, hace que en medio del aire irrespirable, la República se haya convertido en ese parque natural que es necesario proteger, aunque solo sea para purificar la mente de los ciudadanos. No todo está perdido. En medio de la frustración, cada año, cuando se acerca el 14 de abril, muchos españoles divisan un espacio limpio por donde asoma el gorro frigio de aquella Niña Bonita con un mensaje de armonía y libertad. Tal vez se trata solo de un sentimiento, pero ahí está, creciendo más cada día.
Manuel Vicent EL PAÍS 16/o3/2014
Un pensamiento puro podría ser el que emite el cerebro cuando la guillotina o el hacha del verdugo acaba de cortar el cuello de la víctima y su cabeza rueda dentro de un cesto. Se supone que el impulso de la sangre mueve todavía la red nerviosa de las neuronas durante un par de segundos, tiempo suficiente para que el cerebro libere de forma automática la descarga de un pensamiento puro, sin adherencias de los sentidos que se deriven del resto del cuerpo. Tal vez a este mecanismo cerebral se refería Descartes cuando consagró el principio filosófico para resolver la duda metódica sobre la existencia: pienso, luego existo. Dentro de la cabeza del Bautista, que le fue ofrecida a Herodes en una bandeja de plata, probablemente bailaría Salomé todavía la danza de los siete velos; el conjunto de juicios que formularon en el interior de la canasta ensangrentada los cerebros de Luis XVI y María Antonieta, de Danton y Robespierre, y de 16.800 decapitados más, resultaría ser la cosecha esencial de la Revolución Francesa; el cerebro del propio doctor Guillot, el inventor de la guillotina, condenado a probar su propio invento, sin duda quedó deslumbrado por la ironía; el fantasma de Ana Bolena aún se pasea con la cabeza bajo el brazo por los sótanos de la Torre de Londres para gusto de los turistas y Tomás Moro con la cabeza separada del tronco encontró dentro del cesto la Utopía, el tratado por el que pasó a la historia. A estos decapitados insignes le acompaña una saga innumerable de criminales y bandidos infames, de gente subalterna sin atributos, la mayoría inocente, que ha caído bajo el hacha del verdugo o la cuchilla del doctor Guillot. Sus pensamientos dentro del cesto constituyen el último relámpago de la filosofía: el terror ante la nada, el destino inexorable, la culpa en la nuca a merced del cuchillo, el odio o el perdón y al final una luz blanca sin sentido que deslumbra y se apaga de repente. Pero ese último pensamiento no sería posible sin el impulso postrero del corazón. La razón necesita alimentarse con latidos de sangre. No se puede pensar sin sentimientos. De hecho, si la cabeza del decapitado fuera también capaz de llorar dentro del cesto, habría que replantearse la duda metódica: ¿Qué sería más profundo, su pensamiento o sus lágrimas?
Actualizado: 09/05/2014 19:59 horas
LES SUPONGO al corriente de lo que ocurre en el noreste de Nigeria. Muchos de nosotros no sabemos siquiera por dónde cae el noreste de Nigeria, pero hemos descubierto a la organización yihadista Boko Haram y nos sentimos horrorizados ante el secuestro masivo de niñas, culpables, según los terroristas, de acudir a la escuela. En nuestra indignación, exigimos que alguien haga algo.
El mayor resultado visible del malestar planetario es una campaña en las redes sociales, #BringBackOurGirls: millones de personas aprietan un botoncito en su ordenador para que las niñas vuelvan a casa. Puede parecer una campaña frívola e inútil. Lo es. Las imágenes de ciertas personalidades, que se han fotografiado sosteniendo un cartelito con el lema, han sido incluso recicladas como chiste. Ahí está, por ejemplo, Cospedal, haciendo la ronda de Internet con lemas más o menos graciosos.
Hay, por supuesto, otras opciones. Estados Unidos, esa potencia militar denostada por su imperialismo y su espionaje opresivo a la que, sin embargo, exigimos que intervenga en cuanto algo nos ofende en cualquier rincón del mundo, lleva tiempo sopesando el asunto. Hillary Clinton, como secretaria de Estado, se negó a incluir a Boko Haram en la lista de organizaciones terroristas. Su sucesor, John Kerry, lo hizo el año pasado. Desde entonces, el ejército nigeriano, cuyo historial de atrocidades rara vez ocupa titulares, se ha sentido legitimado para aumentar la brutalidad de sus incursiones contra los yihadistas; es decir, ya no se preocupa por los millares de víctimas civiles que dejan atrás sus campañas. Y los desalmados de Boko Haram han alcanzado, desde entonces, una infame notoriedad.
¿Qué hacer ahora? ¿Enviar drones para sobrevolar bosques inmensos? ¿Enviar soldados? ¿Cooperar directamente con un ejército empapado en sangre? ¿Invadir a sangre y fuego, como en Irak, un país petrolero que ya es la primera potencia económica africana?
Llevamos años soportando horrores que superan los de Nigeria: Afganistán, Irak, Sudán, Siria. También nos acostumbraremos a esto. Mientras tanto, apretemos el botoncito y elevemos el clamor en las redes sociales. Es frívolo e inútil. Pero es lo menos frívolo e inútil que podemos hacer por el momento.
Grandeza
Rosa Montero EL PAIS 29 JUL 2014
El ébola mata de una manera horrible. Creo que es la pandemia que más se puede parecer a la mítica peste negra de 1348, por sus elevadísimos índices de mortalidad y de contagio, por lo fulminante (acaba contigo en una o dos semanas), por su crueldad: los enfermos revientan de sangre. Los primeros brotes de ébola aparecieron en 1976: es un espanto reciente. Pues bien; en hospitales africanos ruinosos, abarrotados y mal abastecidos, centenares de hombres y mujeres, médicos y enfermeros, se dedican a cuidar abnegadamente a los infectados, arrostrando el riesgo espeluznante de contraer el virus ellos mismos. Cosa que sucede a menudo. Yo no sé si sería capaz de hacerlo. A mí me aterraría.
Hace 14 años recorté un reportaje del EPS sobre un médico ugandés, Matthew Lukwiya, que murió en diciembre de 2000, a los 43 años, tras luchar contra la epidemia de ébola. Probablemente fuera el primer doctor que falleció contagiado (enfermeros hubo antes, como Simon Ajok). Desde entonces ha habido muchos más. Gente joven y preparada que podría estar trabajando en París o Nueva York y que escogen combatir por la vida en esos sangrientos mataderos. Ahora acaba de fallecer otro destacado médico en Liberia, Samuel Brisbane; en junio murió Sam Motooru, en Uganda. Y hay otros dos doctores y una ayudante infectados y luchando por su vida: los estadounidenses Kent Brantly y Nancy Writebol (Liberia) y Umar Khan (Sierra Leona). Escribamos sus nombres como humilde homenaje. Porque estos guerreros no sólo salvan literalmente miles de vidas y dificultan el avance de esta pesadilla, sino que además, con su ejemplo, convierten el mundo en un lugar habitable. Contra la mezquindad de, pongamos, la familia Pujol, toda esta grandeza es el contrapeso que nos devuelve la esperanza en el ser humano.
Columna de Juan José Millás en EL PAÍS
GENTE QUE SOBRA Juan José Millás, EL PAÍS 10/09/2010
Lo primero que notas al regresar de las vacaciones es que ha aumentado la mendicidad. Lo percibes en el metro, en los semáforos, en las puertas de las cafeterías caras. Ha aumentado la mendicidad, te dices saliendo de la Fnac con las novedades literarias del otoño. Ha aumentado la mendicidad, te repites calle arriba, hacia Callao. Cuatro palabras a las que das vueltas dentro de la boca, mezclándolas con la saliva, intentando extraer de ellas algún significado. Significan que hay más mendigos que cuando te fuiste, hasta ahí llegas. Hay más pobres que le sobran al Estado español al modo en que le sobran los gitanos al francés. Sobran sus estómagos, sus lenguas, sus ojos, sus bocas, sus pulmones, sus culos, sus pollas, sus coños, sus miradas extraviadas, sus palabras, sobran sus piojos.
En el vagón del metro distingues enseguida a los que sobran. Son tres y lo llevan escrito en la frente. Hay otros cuatro o cinco a punto de sobrar. También lo llevan escrito. Los que no sobramos (aún) nos alejamos de ellos por miedo al contagio. Intentas refugiarte en la lectura de las solapas de los libros que acabas de comprar. ¿Pero de quién son los mendigos? Tuyos no (¿por qué entonces ese malestar?). Ni del alcalde (de otro modo no fabricaría bancos imposibles para impedir su descanso). ¿Pertenecen quizá al Ministerio de Interior, al de Igualdad, al de Trabajo, al de Fomento, al de Defensa, al de Sanidad, al de Economía, al de Hacienda? Mientras las estaciones se suceden, repasas ministerio a ministerio y compruebas que no pertenecen a ninguno, ni siquiera al de Justicia, que ya es decir. Tampoco al de la Solidaridad, que ni existe ni se le espera. Ha aumentado la mendicidad, una frase sencilla, impersonal, sin sujeto, como cuando decimos llueve o hace calor. Un suceso atmosférico. La mendicidad como Ciclón de las Azores.
Columna de Rosa Montero en EL PAÍS
Existe
Rosa Montero – EL PAÍS-- 12/10/2010
Primero Alfonso Guerra soltó lo de "la señorita Trini" refiriéndose a Trinidad Jiménez, después algunas mujeres políticas protestaron y, a continuación, una tropa de articulistas y comentaristas se dedicó a ridiculizar esa protesta. Pero vamos, faltaría más, decir que Guerra es machista por semejante comentario, exclamaban. Más aún: ¡Hablar de machismo a estas alturas! Cuando en España somos todos tan ultramodernos y hemos superado esas antiguallas.
Esta actitud sobrada, la tonta presunción de estar de vuelta de todas las cosas, es un defecto típico de los países nuevos ricos como el nuestro, en donde hemos pasado en un abrir y cerrar de ojos del más rancio provincianismo a creernos los más avanzados del planeta. Y esta pátina de modernidad, apenas más profunda que una capa de maquillaje, ha hecho que hablar hoy de machismo o de feminismo parezca trasnochado, algo nada in. Si antes, cuando éramos antiguos y pobres, éramos machistas, ahora, ricos y desarrollados, ya no lo somos. Hemos dejado el sexismo atrás junto con las demás rémoras del franquismo. Ese parece ser el silogismo.
Y lo malo es que en esta trampa caemos muchos. Veo a multitud de hombres que ni se plantean más lo del sexismo porque, afortunadamente, "eso ya está superado"; y veo a infinidad de mujeres desorientadas que no se atreven a considerarse feministas por miedo a que se mofen de ellas. Sin duda los excesos de lo políticamente correcto han contribuido a la confusión. Y así, tener que repetir a cada instante "todos y todas" o "ciudadanos y ciudadanas", por ejemplo, rompe los nervios y la salud mental del más templado. Pero eso no significa que no siga existiendo el sexismo, que, por cierto, también puede ser ejercido por mujeres. Resumiendo: decir "miembros y miembras" es una papanatez. Y decir "la señorita Trini" es de un machismo zafio e innegable.
Columna de Laura Capmany en ABC, DESDE MI BUHARDILLA
COMENTARIO CRÍTICO REALIZADO POR Purificación Fernández García 2ºBto. C
Este texto periodístico comienza con la explicación de por qué le ha venido a la autora a la cabeza, esta situación, gracias a un comentario que realizó su hija. Continua explicando el término “infamoso” (referente a persona no famosa) y la importancia que tiene para ella y su familia. Después sigue elaborando una defensa sobre dicho término, contando de qué se trataba la fama hace unos años. Y finalmente, sin más remedio concluye con la crítica de la fama inmerecida en la actualidad.
Laura Campmany, colaboradora del periódico ABC, sitúa este artículo durante sus vacaciones en Ibiza. Muestra, como es evidente, su madurez reflejada en el texto, ya que explica algo que está a la orden del día a raíz del apodo que su hija le puso a su marido. La exposición literaria está bastante cuidada y las palabras son las adecuadas para que el sentido principal de la crítica se entienda a la perfección. Realiza además comparaciones actuales con la historia de Troya al decir “donde arde el cielo como si fuera Troya”, que muestran un ejemplo adecuado.
La autora ha elegido uno de los principales temas en la actualidad, ya que se le está dando mucha importancia a esta clase de personas. Y con este tema, la intención de ella es mostrarnos aquello que la gran mayoría de personas piensan. Nos explica que antes las personas que conseguían la fama, eran aquellas que realizaban una hazaña en sus vidas. Un músico, un escritor, un deportista, los valientes guerreros e incluso los santos gracias a su fe. Pero nos explica que en la actualidad la fama se contempla como algo fácil de conseguir, quitándole así todo el prestigio y el esfuerzo que antiguamente suponía. Ahora las personas que se hacen famosas son aquellas que les ponen precio a sus vidas íntimas, acabando por venderlas. O si no, otra manera de conseguirla es poner por los suelos a los demás famosos. Criticar cada paso que dan o cada palabra que sale por sus bocas, dejando así casi sin opinión a los demás.
En lo que respecta a mi opinión, estoy totalmente de acuerdo con Laura Capmany. Actualmente que la fama esté siendo valorada de dicha forma significa que disminuye el índice de exigencia, por lo cual infravaloramos las capacidades intelectuales humanas: dándole más importancia y protagonismo a personas que no lo merecen, posicionando en un segundo plano las capacidades de las personas que tras un esfuerzo diario y las ganas de triunfar, están luchando por lo que siempre han querido y deseado. La fama es aceptación social, es un premio que se debe merecer y no pretender. Algo que debería ser regalado a quienes lo merecen y no simplemente comprado con argumentos de la vida de una persona.
En conclusión, este es un tema de gran importancia social y el cual seguirá creciendo de este modo, alimentándose de la ignorancia. Para poder acabar con él, hay que se coherente y realizarnos todas las personas, dentro de nosotros mismos un juicio con lo correcto y lo incorrecto. Poniéndonos en el lugar de personas con un cierto talento. Solo de esta forma acabaría la injusticia.
COLUMNA DE CURRI VALENZUELA EN ABC
FAMOSAS
CURRI VALENZUELA – 17/10/2010-- ABC
Hagan la prueba y formulen la típica pregunta de abuelete a un grupo de niños y niñas preadolescentes, de uno en uno: «¿Qué quieres ser de mayor?. Ellos, los chavales de 10 a 12 años, desean lo mismo con lo que soñaron sus padres a esa edad: ser futbolistas o bomberos, en algún caso piloto, quizás policías, algún nostálgico, torero. No constituyen aspiraciones de contenido intelectual que exijan muchos años de estudio, pero sí implican grandes dosis de sacrificio físico y, sobre todo, de esfuerzo.
Las niñas, por su parte, contestan casi al unísono: «!Famosas!». Lo que quieren es ser peinadas, maquilladas, vestidas a la última y sentadas en un plató de televisión para ganar un montón de dinero sin más preparación o esfuerzo que lo poco que se requiere para criticar a otros famosos, contar alguna intimidad propia y luego, en la calle, ser perseguidas por paparazzis y fans. Medio siglo de reivindicaciones feministas, treinta años de una Constitución que proclama la igualdad de los sexos y una Bibiana Aído tirados por la borda por un deseo colectivo de parecerse a Belén Esteban. Patético.
Hay en los sueños juveniles bastante de rechazo a los modelos de sus mayores. Los chicos no desean pasar muchas horas al día en una oficina o una fábrica de automóviles, ni mucho menos haciendo cola ante una sucursal del INEM, como sus padres. Las hijas de madres cuarentonas que se las ven y se las desean para atender trabajos, casas, cocinas, cuidados de padres, supervisión de los deberes infantiles sueñan con un futuro mucho más relajado para ellas mismas. Y, sin embargo, los roles marcados inconscientemente por padres y madres calan en lo más profundo de las mentalidades de sus hijos. El padre que sienta a su lado al chaval para compartir con él un partido de fútbol le está inculcando el sueño de emular a Casillas; la madre que trata de olvidar sus preocupaciones frente a programas de telebasura hace concebir en su hija la idea de que está bien buscarse el porvenir como gran hermana. No digo que haya que inculcar en los chavales de ambos sexos el deseo irrefrenable de convertirse en registradores de la propiedad, pero sí que tendríamos que caer en la cuenta de que lo que se ve por la tele, se cría. Lo único que le faltaba a este país era criar a miles y miles de mujeres para ser famosas como Belén Esteban.
COLUMNA DE ARTURO PÉREZ REVERTE – en XL SEMANAL
UNA HISTORIA DE GUERRA
Arturo Pérez-Reverte (XL Semanal, 13/09/2010)
Alguien escribió en cierta ocasión que si una historia de guerra parece moral, no debe creerse. Y alguna vez lo repetí yo mismo. Pero eso no es del todo verdad. O no siempre. Como todas las cosas en la vida, la moralidad de una historia depende siempre de los hombres que la protagonizan, y de quienes la cuentan.[…]
Base de Mazar Sharif, Afganistán. Cinco guardias civiles, de comandante a sargento, perdidos en el pudridero del mundo, formando a la policía afgana. Cinco guardias de veintidós llegados hace cinco meses y medio, desperdigados por una geografía hostil y cruel, en misión de alto riesgo, en una guerra a la que en España ningún Gobierno llamó guerra hasta hace cuatro días. Los cinco de Mazar Sharif, como el resto, eran gente acuchillada, porque lo da el oficio. Sabían desde el principio que a la Guardia Civil nunca se la llama para nada bueno. Y menos en Afganistán. Si lo que iban a hacer allí fuera fácil, seguro, cómodo o bien pagado, otros habrían ido en vez de ellos. Aun así, lo hicieron lo mejor que podían. Que era mucho. Atrincherados en una base con americanos, franceses, holandeses y polacos, vivían con el dedo en el gatillo, como en los antiguos fuertes de territorio indio. Igual que en los relatos de Kipling, pero sin romanticismo imperial ninguno. Sólo frío, calor, insolaciones, sueño, enfermedades, soledad. Peligro. Los únicos cinco españoles de la base, de la provincia y de todo el norte de Afganistán.
[…] Un triste día se enteraron de la muerte de sus dos compañeros en Qualinao. De la pérdida de dos guardias civiles de aquellos veintidós que llegaron hace medio año, y de su intérprete. Y pensaron que el mejor homenaje que podían hacerles era que la bandera norteamericana que ondea en la base fuese sustituida, aquel día, por la española a media asta. Eso no se hace allí nunca, aunque a diario hay norteamericanos muertos, los franceses sufrieron numerosas bajas, y también caen holandeses y polacos. Así que el jefe de los guardias civiles, el comandante Rafael, fue a pedir permiso al jefe norteamericano. Accedió éste, aunque extrañado por la petición. Saliendo del despacho, el guardia civil se encontró con el jefe del contingente francés, quien dijo que a él y a sus hombres les parecía bien lo de la bandera. En ésas apareció otro norteamericano, el mayor James, que nunca se distinguió por su simpatía ni por su aprecio a los españoles, y con el que más de una vez hubo broncas. Preguntó James si los muertos de Qualinao eran guardias civiles como ellos, y luego se fue sin más comentarios.
A las ocho de la tarde, cuando fuera de los barracones apenas había vida, los cinco guardias se dirigieron a donde estaba la bandera. Formaron en silencio, solos en la explanada, cinco españoles en el culo del mundo: Rafael, Óscar, Rafa, Jesús y José. Cuando se disponían a arriar la enseña, apareció el teniente coronel francés con sus cuarenta gendarmes, que sin decir palabra formaron junto a ellos. Luego llegaron el mayor James, el teniente Williams y veinte marines norteamericanos. Y también los polacos y los holandeses. Hasta el pequeño grupo de Dyncorp, la empresa de seguridad privada americana destacada en Mazar Sharif, hizo acto de presencia. Todos se cuadraron en silencio alrededor de los cinco españoles, que para ese momento apretaban los dientes, firmes y con un nudo en la garganta. Y entonces, sin himnos, cornetas, autoridades ni protocolo, el capitán Rafa y el sargento José arriaron despacio la bandera. Una historia de guerra nunca es moral, como dije antes. Si lo parece, no debemos creerla. Pero a veces resulta cierta. Entonces alienta la virtud y mejora a los hombres. Por eso la he contado hoy.